lunes, 7 de julio de 2014

La callada molienda

La callada molienda
BORIS GONZÁLEZ ARENAS | La Habana | 6 Jul 2014 - 1:32 pm.

Maylan Álvarez Rodríguez ha recogido testimonios de obreros azucareros
en Matanzas y de las condiciones materiales y emocionales en que
quedaron al cierre de la mayoría de los centrales.

Lo cotidiano no puede ser conmovedor: no puede cortar el aliento, nublar
la inteligencia o estimular el llanto de manera continua. Quien no ha
visto pasar un carro a gran velocidad por una carretera recién asfaltada
puede maravillarse del ingenio humano y permanecer estupefacto por
horas, meses o años, hasta que su estupefacción mengua. El soldado que
ve morir a su compañero en el comienzo de una experiencia militar
sufrirá una conmoción propia de novicios, muy distinta de la que tendrá
si consigue seguir guerreando por dos o tres años, sorteando vísceras y
miembros de quienes conversaban con él hasta minutos antes.

La conmoción es también una forma de enajenación, el individuo conmovido
se centra con obsesión en aquello que lo conmueve, le dedica su tiempo y
su energía, hace girar su entendimiento en torno a ello; si viviéramos
conmovidos el universo sería un escenario con un solo objeto, el que
conmueve, y un solo personaje, el conmovido. La conmoción es
necesariamente un sentimiento extraordinario producido por lo que nos
hace experimentarla.

El libro La callada molienda (Premio Memoria del Centro Pablo de la
Torriente Brau, 2012) recoge testimonios de obreros azucareros cubanos
de la provincia de Matanzas, y la condición material y emocional en que
quedaron cuando en el año 2002 se cerraron la mayoría de los centrales
de Cuba y con ellos se desactivó una estructura productiva que contenía
desde el trabajo puramente agrícola hasta las formas más especializadas
de comercialización internacional, pasando por la producción industrial,
la transportación, las finanzas y las más diversas ingenierías.

Es la lectura de ese libro lo que ha producido la conmoción que motiva
este escrito. Su autora, Maylan Álvarez Rodríguez, divide el libro en
dos capítulos y un anexo. En la parte segunda del libro se encuentran
los testimonios referidos, principalmente de ancianos que midieron su
vida por zafras y no por años, cuyos días no estaban compuestos de horas
sino de jornadas, el comienzo y final de las cuales era medida por el
pito del central.

Maylan Álvarez tiene cuatro porqués para realizar esta empresa, en el
tercero de ellos, enunciados en su introducción, dice: "a mi alrededor,
demasiada incomprensión, dolor, nostalgia y alcoholismo, desempleo,
juegos ilegales, y una generación como la mía y las venideras bien lejos
del trabajo que forja al hombre, lejos del campo, lejos del azúcar, que
es decir Cuba pero de otra manera: más hacia la raíz".

Los que somos de las ciudades no sabemos lo que es un pueblo de campo.
Si la identidad urbana es difícil de definir es porque en un intenso
proceso de mezclas perdemos las referencias originarias en la
conformación de su cultura. No pasa así en los pueblos casi siempre
aparecidos a propósito de prácticas específicas. Fuera de las ciudades
un puerto, un río, un ingenio, un cruce de caminos, determinan el
surgimiento de una población y sus hábitos. En ellos la propiedad no es
lo que se obtiene por medio de pago en un mercado, sino lo que determina
la pericia que siglos de trabajo en una misma función otorgan.

En el modo de sembrar o cortar la caña un campesino están impresas las
vivencias de su padre y las esperanzas que porta para su hijo. El
trabajo está demasiado enraizado en una cosmovisión a la que no es
posible poner punto final de un día para otro sin graves consecuencias.
Lo conmovedor del libro de Maylan Álvarez es que muestra, no solo que en
nuestro país se implementó diez años atrás, a gran escala, una
destrucción semejante, sino que lo hace a través del testimonio de sus
principales víctimas, por medio de su dolor y su desesperanza.

Es importante saberlo para entender algunas de las razones por las que
Maylan Álvarez habla de alcoholismo y desempleo, de dolor y de lejanía a
propósito del cierre de tantos centrales. También pudo haber hablado de
muerte, pero esto lo dicen sus entrevistados:

"Cuando el cierre del central, Gilberto Hernández, un gran amigo mío, se
deprimió mucho y eso lo llevó al suicidio. Él era mi compañero de
trabajo por 28 años (…) se ahorcó en el taller. Un 13 de mayo, que más
nunca se me olvida porque es el día del cumpleaños de su mamá, fui por
la mañana al taller y cuando abro la puerta me encuentro aquello"
(Manuel Eleuterio Fuentes Torres)

"Con la desaparición de los centrales y casi la totalidad de la caña,
mucha gente ha envejecido antes de tiempo. Yo diría que hay gente que
podría haber vivido cuatro o cinco años más y han fallecido porque eran
cañeros de toda una vida, azucareros" (Reynaldo Castro Yebra)

"… eso fue una cosa mortal. (…) Donde antes había un ingenio hoy es un
tiempo muerto perenne, ya no hay resurrección posible. Esto del cierre
ha afectado profundamente a la gente (…) Toda la supervivencia dependía
de eso. Se han quedado como un batey más. Y tiene que haber afectado
sobre todo a las personas más mayores…" (Alberto Perret Ballester)

"En definitiva ya aquí no hay vida. ¡Ah!, y aquí estamos bien porque el
batey está cerca del pueblo, a menos de un kilómetro del pueblo, y con
to eso aquí no hay vida. Aquí no hay vida pa nadie" (Víctor Hernández Baró)

"Muchos azucareros, lo sé por el testimonio de los que aún viven en esos
lugares, enfermaron y murieron por estados depresivos, por estados de
desolación, del golpe mortal a su amor por la azúcar" (María Laura
Martín Rodríguez)

"Allí tú ves una persona de 40 años y parece que tiene 50 o 60. Una
fábrica de hacer viejos." (Yordanis Galindo Rodríguez)

La industria azucarera cubana no fue una excepción en la suerte que
corrió el conjunto de nuestra estructura productiva a partir de 1959,
cuando el nuevo poder al frente del Estado parecía lleno de iniciativas
y la diversidad industrial parecía una prioridad. En febrero de 1961 se
creó el Ministerio de Industria y los centrales azucareros quedaron a su
cargo, como si de una industria más se tratara; al frente del Ministerio
se puso al comandante Ernesto Guevara, adalid por estos años del
programa desarrollista.

Los resultados desfavorables no se hicieron esperar y si en 1961 se
consiguió producir 6,8 millones de toneladas métricas de azúcar, en 1963
no llegó a 4 millones el monto de la producción. Semejante descenso no
lo suplieron los resultados previstos en el programa industrialista, las
carencias se hicieron abrumadoras y la liturgia de la industrialización
cesó para dar comienzo entonces a una acelerada marcha en sentido
contrario, la de restablecer la producción azucarera.

Cuenta Reynaldo Castro Yebra en el testimonio que diera a Maylan Álvarez
que en 1963, en la celebración del Primero de Mayo, fue el comandante y
ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Raúl Castro el que
presidió el acto en la Plaza de la Revolución. La ausencia de Fidel
Castro se debía a que se encontraba en la URSS, de donde llegaría con un
nuevo plan económico: el incremento de la producción de azúcar hasta
llegar, en 1970, a los 10 millones de toneladas.

La alianza con la URSS se convirtió en la opción de sobrevivencia del
régimen. Con suspicacias primero, pero con una intensa dependencia
después, el azúcar fue la tabla de salvación de la devastada economía
cubana. Poco se ha estudiado sobre cómo pudieron sobrevivir nuestras
industrias a la enorme carencia de piezas de repuesto, la casi nula
renovación tecnológica y la pérdida de los sistemas contables y de
control. En ese sentido, La callada molienda da varias pistas.

Los obreros azucareros, mujeres y hombres de todo el país que quedaron
al frente de los centrales, ya fueran campesinos, obreros industriales,
técnicos o científicos, fueron los responsables de que tantas carencias
no destruyeran la capacidad productiva cubana, y esta particularidad no
hizo sino ahondar el apego tradicional que en los pueblos cubanos
existía por sus fuentes de trabajo, estudio y placer; que todas
coincidían en el central azucarero, como se comprueba del siguiente
testimonio recogido por Maylan Álvarez:

"Aquí trajeron un día al elenco de Palmas y Cañas, el programa estelar
de los campesinos. Maravilloso. Pusieron a la gente que vino a cantar
allá arriba, por el basculador. Adornaron todo con cañas y la gente lo
disfrutó muchísimo. Se hacían unos bailables en el parque… Aquí hoy
cuando cae la noche el central se convierte en un pueblo fantasma.
Nadie, nadie en las calles. Y cuando había zafra tú veías los carros, la
gente de aquí para allá, las luces, el pito de las máquinas." (Gladys
Abreu Cárdenas)

Conmueve saber que muchas de estas personas, sino la mayoría, recibieron
la noticia del cierre de los centrales cuando eran mayores de 50 años,
dificultados por la edad para emprender un nuevo camino y con oficios
demasiado específicos para poder enseñar nada que no fuera lo que pasaba
a demolerse delante de sus ojos.

Maylan Álvarez Rodríguez, La callada molienda (Premio Memoria, Centro
Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2012).

Este artículo es un fragmento de un ensayo dedicado al libro de Maylán
Álvarez Rodríguez. El texto completo del ensayo aparecerá próximamente
en la revista Identidades.

Source: La callada molienda | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1404646328_9392.html

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