lunes, 23 de marzo de 2015

Trapicheando con plástico

Trapicheando con plástico
Ferias de toda la Isla se nutren de objetos fabricados en el circuito
ilegal de un material realizado mayoritariamente con deshechos
industriales o sobras del basurero
LILIANNE RUIZ, La Habana | Marzo 20, 2015

En la feria de La Cuevita, de San Miguel del Padrón, unas mil personas
de toda la Isla compran diariamente útiles del hogar, chancletas y
juguetes, todos hechos de plástico. Los compradores vienen especialmente
de las zonas rurales, donde la situación económica es más precaria y lo
único que abunda es la escasez.

Para vender en la feria es necesario contar con una licencia estatal y
una carta firmada por los productores, también autorizados, a quienes
deben comprar los artículos. Los inspectores que pasan por los puestos
de venta pueden requerir esta carta, pero en la práctica pasan con la
mano extendida buscando dinero a cambio de no imponer una multa de 1.500
pesos a quien se haya saltado las reglas de juego del Estado.

Son muchos los fabricantes que no tienen licencia. En el municipio
Cotorro se fabrican las chancletas y que en La Guinera, asentamiento
ubicado en San Miguel del Padrón, están los productores de útiles del
hogar. Los juguetes, con formas toscas y colores mustios, son traídos
desde el oriente del país.

El primer paso es recoger el plástico reciclable entre los desechos de
la fundición industrial y revolviendo en el basurero en busca de objetos
plásticos que se puedan aprovechar, sin descartar la posibilidad de
derretir los mismos contenedores de basura. Para mejorar la calidad del
producto final, los fabricantes añaden plástico virgen. Esta materia
prima granulada se compra por la izquierda, directamente sacada de los
almacenes estatales.

La miscelánea recibe calor. Cuando el material está bien derretido, la
fundición se inyecta a presión en los diferentes moldes. Tanto las
máquinas inyectoras como los moldes son de producción artesanal. Cuando
se licua, la pasta homogeneizada toma un color terroso, pero los
artesanos salvan la situación utilizando tintes de diferentes colores.

Los inspectores pasan con la mano extendida buscando dinero a cambio de
no imponer una multa de 1.500 pesos
Según cuenta uno de estos artesanos, que no permite fotos en su patio,
en muchos barrios de la capital la policía tendría que registrar patio
por patio y casa por casa, porque "la realidad es obstinada", como
aprendió hace muchos años en una escuela del partido comunista. "Hasta
la cerveza se puede enlatar clandestinamente", asegura. "Maquinas así
hay por toda La Habana. En donde menos tú te imaginas, hay una. El
problema es hacer la producción y sacarla inmediatamente para que no se
descubra la cadena".

Los pozuelos y platos, embudos, o cualquier otro objeto resultante de
esta mezcla de materiales no son totalmente seguros para almacenar
alimentos destinados al consumo humano. "Ninguno de los pozuelos que
compro en la candonga los uso para guardar alimentos de un día para
otro. Pero son más baratos que los hechos en China, que se ofertan en
las tiendas en divisas y cuestan un tercio del salario de un
trabajador", dice Morena, un ama de casa que frecuenta la feria.

Los vendedores se colocan en la entrada de la feria. Algunos ofrecen
ristras de cebolla y ajo, otros bolsitas de nylon. Una anciana vende una
jaba de papas que acaba de comprar después de una larga cola y un joven
transporta una caja con hielo donde conserva las paletas de helado que
vende a 15 pesos. A menudo tienen que salir corriendo. Una patrulla pasa
cada veinte minutos.

"Si te resistes al arresto, te entran a golpes. Después te llevan a la
Oncena Estación (policial), te empapelan y no sabes si saldrás con una
multa de 1500 o directo a la prisión de Valle Grande", asegura el
vendedor de paletas de helado.

Un hombre de cuarenta años cuenta cómo la policía lo detuvo en una
ocasión, acusándolo de revender sin ninguna prueba, y le pidió su carné
de identidad solo porque llevaba un maletín lleno de platos de plástico
que acababa de comprar. "De nada serviría decir que tengo el hobby de
lanzarlos al aire para practicar mi puntería con un tirapiedras. Igual,
si les da la gana te decomisan todo y te ponen una multa. Los policías
no actúan a favor del pueblo", lamenta.

Mireya, de casi setenta años, es el último eslabón de la cadena
productiva de artículos de plástico. Mientras otros obreros trabajan en
pequeñas brigadas para un productor particular, autorizado o no, ella lo
hace sola. Arma escobas y cepillos manualmente, con los residuos de la
producción de la industria estatal, desde hace más de 20 años. "Si me
cogen haciendo esto me puedo ver en serios problemas con la autoridad.
No lo hago para enriquecerme. Tengo que armar 100 cepillos para ganarme
400 CUP, y de eso tengo que invertir una parte para comprar los
materiales", explica.

Mireya no quiere sacar la licencia porque considera que los impuestos
son demasiado altos. Además, no podría justificar los materiales que
utiliza para fabricar sus escobas porque, a pesar de tratarse de
residuos industriales, no existe una forma legal de adquirirlos. Las
bases y las celdas se las compra a alguien que, como ella, tampoco tiene
licencia y los vende más barato.

"Lo que me quedaría después de pagar licencia e impuestos sería más o
menos lo mismo que el salario de un trabajador estatal. Con eso, sumado
a mi jubilación de 270 pesos, no vivo ni diez días. El que no crea en lo
que estoy diciendo, que cuando coja el arroz y los frijoles de la
bodega, lo divida en 30 montoncitos a ver cómo come y cómo vive.
Entonces, obligatoriamente tienes que vivir del trapicheo", concluye sin
dejar de cerrar con una pinza los alambres sobre las hebras de plástico.

Source: Trapicheando con plástico -
http://www.14ymedio.com/reportajes/Gente-plastico_0_1745825405.html

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