viernes, 22 de julio de 2016

Cuba corrupta

Cuba corrupta
En Cuba la lucha contra la corrupción colonial va a confundirse y
mezclarse en muchas ocasiones con los afanes independentistas
Alejandro Armengol, Miami | 22/07/2016 10:52 am

Tres corrientes conforman el desarrollo de Cuba como nación, desde la
colonia hasta nuestros días: una actitud intelectual y antidogmática,
que de los primeros afanes independentistas a hoy siempre se ha
propuesto la creación de un país libre de los males que afectan a las
naciones vecinas; una capacidad empresarial y pragmática capaz de
sacarle provecho a cualquier situación, que irremediablemente ha sabido
vadear las situaciones de inestabilidad social y sacar provecho de
ellas, asegurándose de tener colocadas sus fichas en ambos lados del
tablero político; y una vocación emocional siempre dispuesta a la
acción, que se guía por principios o prejuicios, y que ha producido las
páginas más heroicas y los errores más costosos de nuestra historia.
Estas tres corrientes confluyen en dos de los elementos que con mayor
fuerza van a caracterizar la marcha cotidiana de los acontecimientos en
el país desde los años de su formación: la corrupción política y
económica y el sacrificio del ciudadano promedio.
Desde la colonización de Cuba, la corrupción se expresa en dos formas
determinantes que son los ejes sobre los que va a girar todo el
conflicto independentista: corrupción económica dada por la necesidad de
explotación de una fuerza de labor esclava que realice la tarea
fundamental sobre la que se basa la vida económica —que a la vez se
mantenga al margen de la escena nacional— y por otra parte corrupción
administrativa derivada de una situación de rígido control económico y
de una virtual bancarrota del país.
La lucha contra la corrupción colonial va a confundirse en muchas
ocasiones con los afanes independentistas. El proceso de independencia
cubano no es nunca una batalla contra los españoles al estilo de las
guerras anticoloniales de América Central y del Sur, sino un combate por
la purificación del país y la abolición de los frenos al desarrollo
económico.
Los intelectuales cubanos del siglo XIX comprenden esta situación y se
sienten impulsados por una fuerte necesidad de cambio, pero al principio
no aprueban la vía armada. Realizan su labor en dos grandes frentes: el
análisis social y la enseñanza. Su labor es admirable en ambos. Aspiran
a una evolución no a una revolución. Al final son empujados al
independentismo por la incapacidad de renovación de España, pero tendrán
que arrastrar su propia culpa: la antigua incapacidad de asimilar en
toda su plenitud el papel del negro en la formación de la nación. José
Martí es en este sentido el paradigma y la excepción: el líder político
que lanza la lucha independentista bajo una plataforma política de
participación popular, con plena integración de los negros y mulatos; el
patriota que logra organizar la insurrección en el exilio y que crea las
bases de un cabildeo eficaz en Washington en favor de la causa cubana;
el intelectual que abandona la labor literaria por la lucha armada para
en esos momentos precisamente escribir su mejor libro, que es su Diario
de campaña; el político que concibe la lucha con astucia y sagacidad
para lanzarse al combate a morir con inocencia torpe; el intelectual que
rompe el molde de la espera y la lucubración teórica para entregarse a
una febril labor conspirativa; el héroe que desde su muerte nos entregan
todos los días en forma de molde único y que en realidad es una figura
escurridiza como pocas.
Frente a la agudeza de los intelectuales del siglo XIX cubano, y el
heroísmo de los combatientes, los intereses comerciales, sobre todo los
dueños de grandes plantaciones e ingenios azucareros, colocan con
acierto sus fondos aquí y allá, impidiendo en la primera contienda que
la guerra se extienda al occidente de la Isla, y consiguiendo que nunca
la zafra azucarera se interrumpa por completo en la segunda.
Las apariencias son buenas para la literatura y el arte, pero no para la
historia, la independencia de Cuba fue un largo proceso en que a la
población le tocó la peor parte, sobre todo a partir del 24 de febrero
de 1895, que sirvió para el enriquecimiento de la oligarquía peninsular
por las emisiones de bonos de guerra, y que fue financiada en su mayor
parte no por los sacrificios de los tabaqueros de Tampa —seducidos por
la elocuencia de Martí—, sino por los grandes intereses azucareros, cuyo
principal mercado no se encontraba en España sino en Estados Unidos. Una
guerra en que las tropas españolas sufrieron enormes bajas por la
capacidad de los generales cubanos —no para enfrentarlas sino para
rehuirlas— y de lograr que el agotamiento y las enfermedades diezmaran
al enemigo. Una contienda en que la heroicidad mayor fue el vulgar
sacrificio cotidiano de seguir viviendo.
La corrupción no desaparece cuando desciende la bandera española del
Morro, sino que florece con la segunda intervención estadounidense, y es
en sí la verdadera expresión de frustración republicana que posibilita
el surgimiento de las revoluciones del 30 y del 59, para adaptarse con
nuevos rostros por encima de la ejemplar Constitución del 40, reinar a
sus anchas en los gobiernos auténticos y la dictadura batistiana, y
resurgir con más fuerza que nunca desde las primeras medidas
revolucionarias, hasta regir el actual destino de Cuba. Es también la
peor amenaza en su futuro.
En los años republicanos, la lucha contra la corrupción continúa
expresándose en pensadores como Enrique José Varona, pero cristaliza en
la figura histriónica de Eduardo Chibás. Su "último aldabonazo" fue un
llamado a la conciencia cubana pero entre sus ecos tocó a la puerta de
Palacio del general Fulgencio Batista. Una visión cínica permite
postular que el daño mayor que Batista le hizo a Cuba no fue ser un
tirano cruel sino un dictador a medias —en la inevitable comparación que
desde hace décadas persigue a los cubanos—, pero tal afirmación elude
los imprescindibles argumentos éticos y se remite a tergiversadas
dicotomías —o tricotomías— entre lo malo, lo peor y lo pésimo: hasta
dónde es permisible un daño. Entre la salida emocional del disparo de
Chibás y la entrada calculada de Batista al poder media la tragedia de
la Isla. A partir de entonces, los intelectuales se refugian tras sus
obras, las hazañas heroicas (reales o míticas) se hacen cotidianas y los
intereses económicos caen víctimas de su propio juego. El heroísmo es en
muchos casos solo la salida desesperada ante la mediocridad y la
estulticia, pero un gesto condenado a consumirse en su propio esplendor,
incapaz de dejar huella duradera en la vida del país salvo en el reino
de lo anhelado y ausente.
Con su vida fundamentada sobre el principio de la escasez —tanto
económica como psicológica— tras la revolución el cubano vive presa de
la corrupción, que detesta y practica con igual fuerza. De los primeros
fusilamientos a la Causa No 1, la corrupción ha sido justificación y vía
de escape; motivo de envidia y rencor. Como gemelos separados por el
mar, se han visto iguales prácticas entre algunos funcionarios de origen
cubano en Miami.
El régimen de La Habana ha logrado como ningún gobierno anterior
explotar la dicotomía falsa entre sacrificio y corrupción. Nunca al
cubano se le ha dado la posibilidad de no tener que sacrificarse para no
ser corrupto. La historiografía cubana se reduce en la mayoría de los
casos a un afán desmedido de relegar las vicisitudes cotidianas como
necesarias y carentes de valor, al tiempo que se exaltan las virtudes
del martirologio. La galería de héroes se traduce en un llamado a dejar
a un lado la disciplina mediocre para justificar la indisciplina
heroica. Cuba es una isla que vive —siempre ha vivido— bajo un cielo de
mártires y héroes, cuya sombra oculta la ineficiencia e injusticia que
crea y alimenta la corrupción. Cuando se abandona la mítica del héroe,
solo queda abrazar el cinismo, la amoralidad y el oportunismo.
Luchar contra la corrupción no es solo un deber moral sino una razón de
supervivencia. Rechazar el sacrificio —como valor social, político y
económico— debe ser un principio fundamental para una nueva república.
Bajo igual título aparecen ideas publicadas con anterioridad en Cuaderno
Mayor.

Source: Cuba corrupta - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro -
http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/cuba-corrupta-326096

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